Ayer, como cada año, el viento trajo a casa a los muertos...
Un sol casi invernal me quemaba la cara mientras el aire frío me hablaba de no sé cuántas ánimas benditas, arremolinando recuerdos en la parte de atrás de mi cabeza.
Ojalá me muera en un día así -¡ojalá sea un día de sol y viento mi último día!- Ojalá me vuelva una muerta mientras el viento me revuelve el pelo y el sol acaricia mi piel.
Pero hoy, el frío invernal se llevó al sol y al viento (todo se volvió humedad bajo el cielo blanquecino) y por toda la casa se extendió el olor de las veladoras y la dulzona melancolía de los recuerdos. Fue un día de tamales; y tras las largas horas que llevó su hechura, los vivos nos sentamos a la mesa a comerlos, mientras a nuestra espalda -en el altar- los cempoalxóchis se marchitaron suavemente.
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