viernes, 22 de octubre de 2004

La cualidad "dark" de lo prehispánico

Independientemente de la profunda fascinación científica que ejercen en mí las culturas mesoamericanas, la observación de sus vestigios me produce invariablemente una cierta sensación que yo coloco junto con mis más profundos sentimientos dark.

Dark es un término de nuestros tiempos, asociado con frecuencia al llamado movimiento goth (en nuestro país ambos términos suelen ser indistintos). Sin embargo, yo con dark me refiero simplemente a la cualidad de ciertos sentimientos originados en la más pura melancolía.

Está por demás aclarar que las culturas mesoamericanas no tienen nada que ver en lo absoluto con el romaticismo de fin de siecle XIX europeo, y mucho menos con el movimiento goth de finales del siglo XX, ni con la darketería contemporánea, residuo y eco del mencionado movimiento goth que ha adquirido hoy la categoría de subcultura. De hecho, la sola idea de revolverlo me parece obscena.

Sin embargo, dark es un buen término. Se refiere a un sentimiento: por eso para mí lo prehispánico es dark. De hecho, creo que hay que ser un poco (o un mucho) romántico para dedicarse a la arqueología (¡¡o a la restauración!!)

Ya decía Victor Hugo que la melancolía consiste en deleitarse en la tristeza.

La cualidad dark de lo prehispánico para mí se resume en la profunda melancolía que implica la inconmensurable pérdida de las culturas mesoamericanas. Es una belleza extraña para mí.

Mi percepción de la pérdida irreparable de las preciosas civilizaciones apela al lado más obscuro de mi sensibilidad, por la profunda sensación que me produce en el alma y lo mórbido que es, a su manera, el contemplar los despojos de una belleza y una grandeza perdidas.

Supongo que es absurdo, pero cuando visito un sitio prehispánico, siempre llega un momento en el cual quisiera llorar...

Me gusta pararme en medio de una plaza prehispánica a mirar las solitarias piedras bajo el sol insensible, pensando en todos aquellos desconocidos olvidados que alguna vez erigieron todos esos edificios ahora desnudos de sus revestimientos y colores... muertos, porque los edificios mueren cuando nadie los vive... e invariablemente, al mirar en mi corazón, siento una profunda pena, la sensación apremiante de estar a punto de hacer contacto con un pasado extraviado en la noche de los siglos, como si los espacios vacíos, los edificios áridos y las inscripciones pudieran narrar sus historias perdidas (estériles porque ya no hay quien las cuente).

La sensación de penetrar y recorrer un espacio olvidado, donde miles vivieron, trabajaron y murieron hace mucho tiempo, engullidos en la obscuridad y arrebatados para siempre del recuerdo colectivo, conlleva siempre un terrible sentimiento de pérdida, una melancolía obstinada que me lleva al escalofrío y alimenta mi fascinación académica.

Ahhhh... en estos momentos no puedo sacarme de la mente a la bella ciudad de Tajín, que en estos instantes debe dormir su sueño de muerte bajo la pálida luz de las estrellas...

Pero yo debo volver a mi mundo y dejar a Tajín y a los muertos en la santidad del olvido -out of mind- pues allí, bajo la sutil pena de las piedras -que ya no piden consuelo-, hay un imaginario universo dark.
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