sábado, 1 de diciembre de 2001

Nocturno

La música hermosa y la gente se quedan atrás
El auto frío envuelve mi cuerpo transportándolo
Voy en soledad
Y mi alma se eleva sobre el tráfico
Y las luces anaranjadas del boulevard
Por encima de sus árboles enormes
Titanes en la noche que despierta a un fin de semana más

Me muevo entre los autos y la gente
Y voy en soledad
Entre tantas personas que para mí son nada
Nada nada ¡nada!
Y nada serán jamás

Engullida por el parque en un recorrido común
Es la luz de la ciudad nocturna
Lo único que mantiene lejos de mí a la oscuridad

La Catedral me ve pasar
Mis ojos le devuelven la mirada y cortan las lágrimas
Ordenándole a mi alma regresar

Envuelta en dolor
Decido dar en el auto una vuelta más
Luces en la oscuridad, solitario boulevard
Sonrisa y ¡hola de nuevo, Catedral!
La música fue hermosa
La gente no es nada...
Así de breves son los momentos de felicidad
*

1999

lunes, 1 de octubre de 2001

Cuilapan

Al pisar esos suelos desconocidos y casi míticos me preguntaba por obra de qué encantamiento me movía en el pasado. ¿Acaso era un mundo diferente al mío? y tan extraño...

Miré hacia el frente y allí estaba el altar, opaco y vacío pese a que lo iluminaba el sol del mediodía. Y era ese sol que caía sobre él, implacable, el que lo despojaba de su carácter sagrado al herir la piedra.

El sol calentaba no sólo el altar, sino también la amplia nave principal y las dos laterales -larguísimas y áridas-, definidas por ese ordenado bosque de columnas que se alza, formando arcadas, para cargar la inmensidad del cielo a falta de techumbre.

No pude menos que preguntarme cómo sería ese espacio cuando es penetrado por las sombras, con su cielo raso negro punteado de estrellas, y sus columnas rigidizándose bajo el sereno nocturno...

Arcos vacíos, basílica solitaria, espacio magnífico, mágico a mis ojos por como no fue concebido por sus constructores, aquellos frailes dominicos que en el siglo XVI soñaron con un mundo nuevo y se entregaron a la tarea de evangelizar Oaxaca...

El antiguo conjunto conventual de Cuilapan se yergue estático en el tiempo, como si sus enormes arcadas aun sirvieran a algún propósito esencial; y es que tal vez se mantienen en pie como se mantiene un puente: vínculo de piedra entre el pasado y el presente.
*