lunes, 1 de octubre de 2001

Cuilapan

Al pisar esos suelos desconocidos y casi míticos me preguntaba por obra de qué encantamiento me movía en el pasado. ¿Acaso era un mundo diferente al mío? y tan extraño...

Miré hacia el frente y allí estaba el altar, opaco y vacío pese a que lo iluminaba el sol del mediodía. Y era ese sol que caía sobre él, implacable, el que lo despojaba de su carácter sagrado al herir la piedra.

El sol calentaba no sólo el altar, sino también la amplia nave principal y las dos laterales -larguísimas y áridas-, definidas por ese ordenado bosque de columnas que se alza, formando arcadas, para cargar la inmensidad del cielo a falta de techumbre.

No pude menos que preguntarme cómo sería ese espacio cuando es penetrado por las sombras, con su cielo raso negro punteado de estrellas, y sus columnas rigidizándose bajo el sereno nocturno...

Arcos vacíos, basílica solitaria, espacio magnífico, mágico a mis ojos por como no fue concebido por sus constructores, aquellos frailes dominicos que en el siglo XVI soñaron con un mundo nuevo y se entregaron a la tarea de evangelizar Oaxaca...

El antiguo conjunto conventual de Cuilapan se yergue estático en el tiempo, como si sus enormes arcadas aun sirvieran a algún propósito esencial; y es que tal vez se mantienen en pie como se mantiene un puente: vínculo de piedra entre el pasado y el presente.
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