martes, 21 de noviembre de 2006

Descorchan al fin la botella que se enfrió cuatro meses

Héctor de Mauleón. El Universal, martes 21 de noviembre de 2006

Finalmente se puso la banda. Finalmente se sentó en la silla. Andrés Manuel López Obrador sonrió con los labios apretados, mientras el viento le despeinaba el cabello. Lucía tenso, con huellas de desgaste en el rostro, pero sus manos reposaban en los descansabrazos de madera barnizada. El largo sueño se había cumplido: Jesusa Rodríguez y Elena Poniatowska, vestidas con atuendos regionales, acababan de entregarle el diploma -la constancia- que lo acreditaba como "presidente legítimo" de México. Rosario Ibarra le había impuesto "la banda presidencial" (se la impuso al revés, por lo que el águila republicana quedó, durante unos segundos, colgando a la espalda del ex candidato de la Coalición Por el Bien de Todos), y en casa de José María Pérez Gay le aguardaba la botella de Möet & Chandon de 2 litros que no había podido descorchar el 2 de julio: la botella que se enfrío durante más de cuatro meses, y que al terminar "la toma de posesión" serviría para brindar por una "presidencia" conquistada a toda costa. Tal y como había prometido.

Era una tarde irreal: abajo, en un zócalo en el que moverse resultaba más difícil que nunca -la gente seguía llegando media hora después de iniciado el acto-, un grupo de propagandistas de la asociación Nueva Esperanza recordaba que comprar tequila AMLO y sidra AMLO ayudaría a reunir los 45 mil pesos de sueldo del "presidente legítimo". -¡Cómprelos esta Navidad! ¡Colabore con la democracia!

El Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana habían sido cerrados a piedra y lodo. El Ayuntamiento, en cambio, estaba de fiesta: con las luces encendidas y decenas de servidores públicos asomando por ventanas y balcones. Un cielo gris, una tarde fría cobijaban lo que la maestra de ceremonias Regina Orozco iba a definir como "el inicio del camino hacia una nueva República". Bajo ese cielo habían sido colocados, teatralmente, los cortinajes de terciopelo rojo, en donde había sido bordada una gigantesca águila republicana; ahí aguardaban los doce integrantes del gabinete lopezobradorista. Ahí esperaba, majestuosa, rodeada de arreglos florales, "la silla presidencial". Parecía que estaba a punto de escenificarse una gran obra de teatro al aire libre. Estaba lista la escenografía, preparado el reparto.

El zócalo rugió cuando "el presidente legítimo" apareció en la plaza, acompañado por Alejandro Encinas y Marcelo Ebrard. El zócalo rugió cuando los miembros del "gabinete" fueron invitados a ocupar sus lugares, y el zócalo volvió a rugir cuando "el presidente legítimo" extendió el brazo derecho, y con toda solemnidad protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución. El zócalo siguió rugiendo, desde luego, cuando López Obrador se comprometió a "garantizar la felicidad de todos los mexicanos".

Había escenografía, había actores, había reparto. Había incluso un público expectante. Muchos llevaban sus propias sillas de mano: las habían traído en los autobuses que formaban, en las calles aledañas al antiguo primer cuadro, un estacionamiento impresionante. Había vendedores de dulces, de refrescos, de souvenirs. Pero aquello no era una obra de teatro. López Obrador volvía a declararse políticamente indestructible; se manifestaba "contento de ver de nuevo el zócalo repleto y lleno de entusiasmo"; se jactaba de haber resistido los embates de la derecha, que se ha dedicado "a someter y envilecer a los medios de comunicación para atacarnos con saña y vulgaridad". Y la gente lo aclamaba, vociferaba, vituperaba a Vicente Fox, a Felipe Calderón, al resto de los villanos de esta historia: "los que el 2 de julio se robaron nuestro triunfo". Para la gente que ayer colmaba el zócalo no se trataba de una obra de teatro.

Jesusa y Poniatowska sonreían, radiantes. En la sección de invitados especiales, el vocero Gerardo Fernández Noroña agitaba la mano, saludando al público. Pablo Gómez y Jesús González Schmal manifestaban su acuerdo con graves inclinaciones de cabeza, mientras López Obrador delineaba su "plan de gobierno": democratizar los sindicatos, vigilar a los jueces, impedir la reforma fiscal regresiva, presentar un proyecto de Presupuesto de Egresos 2007, crear una "comisión de la verdad", darles seguro social a los vendedores ambulantes, "buscar alternativas para el desarrollo de infraestructura básica en colonias y comunidades".

-¡Sí se pudo!- gritaban decenas de miles de seguidores que ayer colmaron la plaza -¡No estás solo!- volvían a decirle. Sus seguidores promovían el tequila y la sidra AMLO, o solicitaban donativos de entre 100 y 30 mil pesos para apoyar al "gobierno legítimo". López Obrador invitaba a la gente a participar directamente en la "nueva república": le pedía una carta compromiso, un documento que la comprometiera a movilizarse en cuanto él, "el presidente legítimo", lo solicitara. -Sólo tienen que poner su firma y su huella, y recibirán una credencial firmada por el presidente legítimo -les decía. De este modo, afirmaba, iremos construyendo el movimiento más grande en la historia de México.

El zócalo rugía. Moverse era más difícil que nunca. Y López Obrador apretaba los labios, sentado en la silla del águila. Finalmente en la silla del águila.

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Una silla con un águila.

Tal parece que la telenovela mexicana se cruzó con el reality show para engendrar esta abominación...

Ya ni el circo romano era tan decadente.
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