domingo, 24 de octubre de 2004

Escena 01 ('El Ángel')

Abrí los ojos al sentir que el libro resbalaba de mi mano y me sobresalté. Mis sueños aun se movían ante mis ojos abiertos pero no pude apresarlos y se disolvieron como si nunca los hubiera soñado. Otra vez eran recuerdos. Los recuerdos de algo inmenso y amorfo que me hacía pensar en una gran ciudad abandonada. Cada vez el sueño me parecía más natural.

Poco a poco el mundo a mi alrededor se hizo palpable al desaparecer el sueño y me reconocí sentada en la ventana mirando hacia el patio que se iba inundado de sombras. La noche se aproximaba y sentía a la vida diurna retraerse ante la oscuridad mientras otras criaturas se despertaban.

El jardín vibraba al aproximarse el momento justo en que la luz y la oscuridad parecen intercambiar poderes; es un momento preciso de balance y no dura más que un instante. Los seres vivos parecen hacer eco de esa vibración. Pasado ese momento, la noche empezó a adueñarse del jardín; las estrellas empezaron a brillar por encima de los altos muros y el aire empezó a refrescar.

El jardín me atraía en su oscura quietud y bajé para pasear por él. Grillos y ranas habían empezado su concierto nocturno y penetré en la oscuridad bajo los árboles cargados de fruta. El perfume me envolvió. El aroma de las plantas al enfriarse lentamente y su constante lucha por retener la humedad se percibía como un manto invisible sobre cada hoja y cada tallo. Las baldosas aun tibias estaban polvorientas, y la piedra, cansada del sol, parecía agradecer la obscuridad, que es su verdadera naturaleza.

Me detuve y cerré los ojos. Así, el jardín era justo como lo veían los frailes. Abrí los ojos y vi lo que ellos no podían ver: los espíritus pulsantes dentro de cada cosa viva que había en el jardín. Y aun más: vi al espíritu descarnado que habitaba en el agua de la fuente central. Era un dulce espíritu femenino, muy débil y delicado que, aferrado al agua, resplandecía con la luz fría de las estrellas. Un espíritu tan pequeño no tiene consciencia del mundo material más allá del elemento que lo atrae y, aunque la podía ver y sentir, la pequeña nereida no sabía que estaba yo allí y soñaba sus sueños acuáticos en silencioso abandono. Me acerqué al brocal y la miré. Era tan inocente que añoré el tiempo en que el mundo material, que ahora me rodeaba penetrándome, no era más que un reflejo que colmaba mis sueños y me encandilaba con sus olores. Ahora el peso del tiempo y de la materia me parecía a veces insoportable.

Hundí mis manos en el agua y la pequeña nereida,se enroscó en mis dedos reconociéndome al entrar yo en su elemento. La acaricié y dejé que me acariciara. Mis manos sentían la fresca humedad del agua, pero pronto esa sensación pasó a segundo plano conforme mi espíritu y el de la pequeña nereida se entrelazaban compartiendo algunos sueños. La fuente dejó de existir para mí y el éxtasis me subió hasta los labios. Mi nuevo cuerpo me traicionó y con un suspiro se me escaparon un par de lágrimas que la nereida apresó golosamente al caer en la fuente.

Cómo me arrepentí de haberme permitido esa debilidad, porque la nereida retrocedió aterrorizada al percibir el contenido de mis lágrimas. Yo también pude verlo como si fuera una sombra: el eco de un espíritu descarnado convertido en materia. Era una abominación y la nereida así lo percibió. La inocente criatura no sabía qué era el aterrorizante contenido de mis lágrimas, y ojalá lo hubiera sabido yo. Supuse que era una parte de mis más amargos pensamientos y supe que no podría volver a compartir con un espíritu que no conoce el mundo material sin correr el riesgo de lastimarlo.

Retiré mis manos del agua y me humedecí el rostro con ellas. No podía detener mi llanto y me aparté para que la nereida no sintiera la proximidad del agua de mis lágrimas y su nefasto contenido. Dándole bruscamente la espalda a la fuente extendí mis alas y me envolví con ellas como si con ello pudiera ocultarme de las estrellas, que me parecían mudos testigos de mi humillación. Entonces sentí sobre mí una mirada y, levantando la vista, encontré los ojos del invocador que me miraba en silencio desde la obscuridad del corredor.
*
Algún día habré de urdir completa la historia hasta concluirla...

No hay comentarios.: