sábado, 12 de febrero de 2005

Requiem por un tío genial

Anoche volvimos de la Ciudad de México.
Fue un camino de lágrimas...Mi madre deshecha por haber perdido a uno de sus "tesoros", su hermano... mi papá angustiado por la pena de ella y por haber perdido a su "compadrito".
A mí se me rompió el corazón la noche del miércoles, cuando mi papá me dijo que mi tío Lalo se había ido...Y es que el tío Lalo era un tipazo.
Él fue de esos hombres que dejan huella en los demás. Curiosamente, él no fue nunca una caja de virtudes: entre más fallas que lo hacían humano tenía, más resaltaba ante todos su genialidad.
El tío Lalo murió a los 65 años. Y murió joven. Se negaba a que sus nietos le dijeran "abuelito", porque en todo caso él era un "abuelo".
Trabajó en todo y se educó en la escuela de la vida... pero la gente le decía respetuosamente "arquitecto".
Líder de barrio de niño; en la tienda de abarrotes de mi abuelo hacía conservas y estibaba las cajas, pero después se marchó de casa y recorrió el país construyendo carreteras y emprendiendo todo tipo de aventuras.
Trabajó en la aduana de México durante aquellos sexenios de negras transas y se retiró para montar su propio negocio de marbetes: cada vez que yo abría una botella de vino y rompía el marbete de Hacienda, sabía que era muy probable que esa botella hubiera pasado por la bodega de mi tío y que quizá fueron sus trabajadores o incluso él mismo quien le puso el marbete con sus manos.
El tío Lalo siempre estaba inventando cosas: era un buscador de soluciones. Su taller lleno de las cajitas de madera, cofres, alhajeros, flores en sus tiestos y mil otras piezas que fabricaba con su caladora, así como montones de proyectos que se le ocurrían constantemente, para los cuales no había imposibles. Fumaba empedernidamente y sostenía el cigarro con el índice y el anular porque hace unos años se había volado el dedo cordial de la mano derecha con un disco (de una esmeriladora o de una sierra, no sé)... y sin embargo, cuando decidió que quería vivir para sus nietos, dejó el cigarro de golpe. Pero ni eso valió al final: una afección de coronaria nos lo arrebató inesperadamente.
La dulce joven con la que se casó, hace 44 años, lloraba ahora desesperada, como la niñita que entonces fue, por la pérdida irreparable de su compañero, su "gran hombre", y los hijos de la hermana de ella (viuda desde hace una década), lloraban en mi hombro por la pérdida de su segundo padre.
No tuve palabras de consuelo para mi prima y mi primo quienes, a pesar de ser ahora padres de familia, se sentían desamparados y sin guía, privados de un gran amor... y sólo nos abrazamos y lloramos nuestra pena.
Los grandes hombres no tienen por qué ser como los héroes de las novelas: los grandes hombres viven su vida a su manera y ofrecen a los demás lo que tienen sin cuestionar ni pedir retribución... los grandes hombres aman y son amados por su honestidad y ser quienes son.
"...en mi mundo todo está bien" era la frase final de una anotación encontrada por mi madre en su agenda. Mi tío Lalo vivió como quiso y a todo el mundo le extendió la mano. No era un santo, y en ello residía su mayor virtud.
"¿Qué hay, chica?" me decía, y cuando pienso en él lo veo sonriendo. A veces con su cola de caballo y su cigarro como antaño, a veces con sus pantalones y el pelo cortos, pero siempre con sus ojos brillantes, relucientes aun cuando mentaba madres.
Quisiera escribir una mejor elegía para él, recordando su sonrisa y sus bromas, porque él era un hombre increíble... pero ya estoy llorando, y quizá por hoy deba terminar simplemente repitiendo lo que dije en su servicio fúnebre, cuando mi primo pidió a los presentes que, si tuviéramos algo que decir de su padre, lo hiciéramos con una sola palabra que lo definiera... SORPRENDENTE.

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