Expresé ese deseo y fui complacida, pues llegamos a Acapulco con tiempo suficiente para no entrar a la ciudad, sino dirigirnos a Pie de la Cuesta, donde comimos en un lugar muy sencillo a la orilla del mar.
Cuando llegamos, aun faltaban "como 20 cm" para que el sol besara al mar en el horizonte y se me concediera ese pequeño capricho -espectáculo diario y singular- que el dinero no puede comprar.
El aire estaba tibio... la arena era fina y el lugar se veía tan rústico como las playas de por acá.
Y con ese beso vermellón se hizo la noche en la Tierra.
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2 comentarios:
Que hermoso Gaby!!!!!!!!
Magna descripción. Me quedo celoso de ese sol.
A.Y.
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