lunes, 26 de junio de 2006

Tauromaquia

Entre la herencia cultural española en México figuran las corridas de toros como uno de los más decadentes espectáculos que existen aun en pleno siglo XXI.

Me dice el pepe que esos animales nacen para eso y que son mimados durante cuatro años sólo para el momento en que salen a dar la faena.

Pero yo aplaudo cada que me entero que un torero fue corneado. Al final se supone que el hombre se mete al ruedo para probar su superioridad frente al instinto animal (la necesidad de probar algo así, sólo evidencia que hay motivos para que esté en duda) y lo cierto es que yo agradezco que de vez en cuando algún fatigado animal consiga con una cornada probar que la pendejez humana permea esa llamada "fiesta" que a tantos gusta.

No creo que ningún animal -y me refiero al toro- merezca morir de esa manera.

Necesitamos ser compasivos. Aprender a compartir los sentimientos (la pasión, el dolor) de otro ser es algo que nos hace humanos.

No es la muerte en sí. Es la manera en que se da esa muerte. ¿Por qué ceder ante la crueldad?

A veces en torno a una actividad aborrecible hay muchos elementos atractivos que ensalzan otras virtudes o elementos deseables. Baste observar a las tabacaleras: el mundo marlboro de varoniles vaqueros y toda la parafernalia de los veloces autos de fórmula uno (bellas modelos incluidas) son claros ejemplos. Y en todas esas actividades, el dinero es el motor, of course!

Las corridas de toros no serían un mal espectáculo si las últimas horas de esa vida -que a algunos se les antoja privilegiada y llena de mimos- el toro no las tuviera que vivir hacinado, hambriento, asustado, acosado, dolorido, fatigado, sediento, y con todos sus sentidos y sistemas llevados al límite en un intento desesperado por escapar a una muerte que él no sabe que es segura.

No hay dignidad en la forma en que un toro de lidia es sacrificado. Y no veo por qué la inútil desesperación de un animal habría de ser un espectáculo agradable. Esa desesperación se traduce para mí en desesperanza... y no hay nada más triste y vacío que eso.

Al final, después de ser torturado y acosado, el toro tan admirado -esa magnífica bestia- se derrumba cuando el estoque destruye la poderosa maquinaria que le da vida, atravesando los pulmones que inevitablemente se llenan de sangre... el toro espléndido, con su lomo cubierto de una capa de sangre reluciente, cae de rodillas, y sus ojos se nublan en medio del terror que debe producirle el sabor de la sangre derramándose sobre su lengua.

Y alrededor, la multitud le aplaude exhilarante... al torero. Mientras tanto, el toro caído sobre la arena se ahoga en su propia sangre.

¿Dónde está el glamour? ¿Dónde está la gloria de realizar un trabajo útil? ¿Dónde está el alma que nos hace humanos?
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